"El liderazgo ha fallado. Incluso así, el liderazgo puede y debe ser regenerado desde las masas. Las masas son el elemento decisivo, ellas son el pilar sobre el que se construirá la victoria final de la revolución. Las masas estuvieron a la altura; ellas han convertido esta derrota en una de las derrotas históricas que serán el orgullo y la fuerza del socialismo internacional. Y esto es por lo que la victoria futura surgirá de esta derrota.
'¡El orden reina en Berlín!' ¡Estúpidos secuaces! Vuestro 'orden' está construido sobre la arena. Mañana la revolución se levantará vibrante y anunciará con su fanfarria, para terror vuestro: ¡Yo fui, yo soy, y yo seré!"
El Orden reina en Berlín, Rosa Luxemburgo
Rosa Luxemburgo fue asesinada en Berlín el 15 de enero de 1919, a manos de la milicia nacionalista enviada por el socialdemócrata alemán Friedrich Ebert en respuesta a un segundo levantamiento revolucionario en la Alemania de principios del siglo XX. Los que fueron sus compañeros en el SPD (Partido Socialdemócrata Alemán) mandaron asesinar a Rosa y otros en post del orden establecido. De esta manera se consumaba la segunda traición de la socialdemocracia a la causa obrera. La primera traición fue ideológica.
La ideología socialdemócrata nació de la mano del político alemán Eduard Bernstein, quién afirmaba que la transición a una sociedad socialista (en términos marxistas) se podría lograr a través de una lucha “prolongada, tenaz, avanzando lentamente de posición a posición” dentro del orden existente, provocando una evolución del capitalismo. Tal afirmación se basaba en la desaparición de las crisis generales del capitalismo (en su tiempo, posteriormente se ha demostrado lo contrario) y la mejora de la situación económica y política del proletariado como resultado de las luchas sindicales. Argumentaba también que la acumulación de capital no se había dado en los términos previstos por Marx y la sociedad entera habría logrado mejorar sus niveles de vida, lo que restaría razones para una insurrección proletaria.
Ya entonces Rosa Luxemburgo criticó estas posiciones en la obra Reforma o Revolución [1], porque aunque si que es cierto que en aquel tiempo la acumulación de capital y la globalización del capitalismo no se había dado en los términos que predijo Marx, era más una cuestión de los tiempos del capitalismo, y no tanto de su desarrollo. Es decir, las tesis marxistas no se equivocaban en sus predicciones en cuanto a las consecuencias últimas, sino que el desarrollo del capitalismo no había sido tan rápido como cabía esperar.
Poco después de la muerte de Rosa Luxemburgo, en los años veinte apareció en escena el economista inglés John Maynard Keynes, cuya influencia en las políticas económicas de la izquierda democrática es indiscutible y cuya aportación ayudó, o eso dicen los keynesianos, a la recuperación de la economía mundial después de la gran depresión del 29. La socialdemocracia abrazó (y habló en pasado debido a la deriva liberal de la socialdemocracia en la actualidad) las directrices fundamentales sobre el control del paro y el IPC expuestas en la Teoría general sobre el empleo, el interés y el dinero [2]. Muy básicamente, ya que no es propósito de este artículo hacer un análisis de la teoría económica de Keynes, para Keynes el estado, como protector supremo del bien público, tiene el deber de regular las fuerzas del mercado, a través de un mecanismo de gasto público en tiempos de crisis para compensar la caída del consumo privado y evitar la recesión y el desempleo. Dicho déficit generado por el sobregasto sería corregido en el próximo ciclo de auge económico disminuyendo su oferta y frenando así periodos excesivamente alcistas. De ahí la reticencia de la poca representación parlamentaria de la izquierda democrática a la reforma de la constitución en post del control del déficit y del equilibrio presupuestario del Estado.
La socialdemocracia, o lo que queda de ella, anunciaba pues, una salida de la crisis a través de una reedición del New Deal. Lo que no les gusta oír a los profetas de este New Deal, es que aunque es cierto que las medidas keynesianas pudieron favorecer recuperaciones pasajeras después de la crisis del 29, tras una breve mejoría en 1934-1935, la economía tuvo una recaída brutal en 1937-1938. Solamente una guerra mundial propició las condiciones necesarias para un crecimiento duradero de los “treinta gloriosos”. Es más, para asegurar la eficacia de sus recomendaciones, Keynes consideraba “que aumentar la autosuficiencia nacional y el aislamiento económico facilitaría la tarea”. La desregulación de los mercados y la globalización ha ido totalmente en sentido contrario, de forma que hoy los Estados son muchos más débiles que en 1929.
La socialdemocracia actualmente, no solamente ha renunciado a sus orígenes marxistas, sino también ha renunciado a las teorías económicas keynesianas que abrazaron en el siglo pasado. En palabras de Daniel Bensaïd:
Las fuerzas políticas, como la socialdemocracia, que han pretendido, desde la Segunda Guerra Mundial, cultivarlo y embellecerlo [el capitalismo] parecen, ellas también, agotadas. Lo que antaño escribía Keynes a propósito del liberalismo histórico se aplica hoy, palabra por palabra, a estos socialistas de mercado: «Los objetivos políticos que movilizaban a los partidos en el siglo XIX [sustitúyase por ”siglo XX”] están tan muertos como el cordero servido la semana pasada, mientras surgen las preguntas sobre el futuro, éstas no encuentran hueco en los programas de los partidos […]. Las razones positivas de ser liberal [sustitúyase por “socialdemócrata”] son bastante débiles hoy. A menudo es sólo el azar de los temperamentos o de los recuerdos históricos, y no una divergencia política o un ideal, lo que separa hoy a un joven conservador progresista del liberal [del socialista] medio. Los viejos gritos de guerra han sido puestos en sordina o reducidos al silencio».
Llegados a hoy, podemos decir que la socialdemocracia no sólo ha traicionado sus orígenes marxistas y sus convicciones keynesianas, no, podemos decir que la socialdemocracia ha fracasado en su tarea histórica de reformar el capitalismo. Keynes estimaba, en 1928, que “el problema económico podría estar resuelto o en vías de solución de aquí a cien años”, y sin embargo el capitalismo como sistema económico globalizado, mantiene en la actualidad en la más absoluta pobreza (menos de un dólar por día y persona) a un tercio de la población mundial, y en los países desarrollados estamos asistiendo a la destrucción de las clases medias, donde un cuarto de la población también vive en la más absoluta pobreza.
El capitalismo no se puede reformar porque en su base filosófica se encuentran falacias como que el interés personal y egoísta de cada una de las individuales que conforman un sociedad propician una especie de equilibrio mágico entre estos intereses, afirmación que en la práctica no se verifica, sino que se tiende a los monopolios y a la acumulación de capital por una minoría. Encontramos leyes como la ley de la oferta y la demanda, que ni es ley, ni se cumple o si la consideremos ley podría ser la recordlaw más violada de la historia. O perlas como que siempre habrán necesidades humanas que satisfacer, de David Ricardo. En resumen, el capitalismo se basa en el crecimiento como motor de la economía y el progreso ilimitado en un entorno, el planeta, con recursos finitos. El calentamiento global nos evidencia lo erróneo de este planteamiento. El capitalismo no se puede reformar, y la experiencia de estos casi cien años desde la muerte de Rosa Luxemburgo nos lo demuestran.
Imaginad por un momento que os he convencido, imaginad que os he embaucado y habéis interiorizado que el capitalismo no es reformable. La pregunta lógica a continuación es, “perfecto, ¿y con qué lo sustituimos?”. La respuesta no es sencilla, creo sinceramente que nadie tiene respuesta a esta pregunta, es más, desconfiaría de aquellos que dicen tenerla.
La solución no existe como tal por dos razones, si existiera una solución por la cual se pudiera crear o construir un sistema económico mundial más justo por medio de la reforma ya estaríamos en vías de construcción, y sin embargo nos estamos alejando de este objetivo pese a los intentos históricos de la socialdemocracia. En segundo lugar, no existe dicha solución porque no se trata del sistema económico, en realidad el problema es la filosofía subyacente, la ética de la clase dominante. Debemos cambiar, romper con nuestras convicciones, traspasar los límites de la filosofía actual para imaginar una nueva concepción del ser humano radicalmente humanista, radicalmente democrática, radicalmente solidaria; alejada de la ética individualista, egoísta y mísera actual. Solamente así, podremos construir entre todos, un mundo más justo.
Sin embargo, debido a la deriva liberal de la socialdemocracia, la izquierda más radical se siente tentada a ocupar ese espacio con planteamientos keynesianos. Reforma o Revolución es de nuevo el planteamiento. Yo mismo me he visto explicando por qué no debería aprobarse la reforma de la constitución española, cuando en realidad, que más da, si con o sin reforma, con o sin keynasismo, el mundo sufre las consecuencias de un sistema económico injusto e inhumano. No, debemos recuperar los partidos y sindicatos de clase, con una clara convicción revolucionaria, con la certeza de que solamente a través de la lucha y de una oposición frontal a cualquier forma de capitalismo podremos hacer crecer una nueva filosofía entre una mayoría del proletariado.
Casi cien años después, !Yo fui, yo soy, y yo seré!
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[3] Y después de Keynes, ¿qué?, Marx y las crisis, Daniel Bensaïd, 2010, Diario Público, p. 34.