Aún pudiendo pecar de
realizar un análisis simplista, podemos observar dos formas de
razonar en cuanto a lo que nos parece justo o no respecto a la
actuación policial para acabar con las protestas de los alumnos del
IES Lluis Vives de Valencia ante la falta de calefacción en su
centro de enseñanza.
Una forma de razonar
sería que lo justo o lo injusto lo definen las leyes, que son las
normas que rigen nuestra vida en común. Además, el poder elegido en
las urnas tiene el deber de aplicar la norma. Por lo tanto, siguiendo
esta forma de razonar, ante una manifestación no comunicada que
protesta contra unos recortes ejecutados por un poder constituido
democráticamente en las urnas, solo cabe el uso de la violencia para
reprimirla, pues están actuando fuera de la norma, o no, pero están
poniendo en cuestión al poder constituido en las urnas, - ¡Pecado!
¡¿Qué pasaría si a todos nos diera por protestar por nuestros
problemas?! -, dirían. Esta forma de pensar dictaría que su deber
es estudiar para poder sacar este país adelante y dejar de quejarse,
que todos lo estamos pasando muy mal. - ¡Lo mismo vale para los
obreros, hay que trabajar y arrimar el hombro para salir de esta
situación de crisis! -, concluirían. Ahora, nada de plantearse si
lo que está ocurriendo es justo o injusto, o si hay culpables o no
de que no haya calefacción, porque lo injusto o justo lo dice la
norma, y en última instancia, el poder constituido.
En cambio, uno podría
razonar que el dinero que debería ir para calefacción en
particular, y para educación y sanidad en general, el poder
constituido en las urnas lo ha gastado en otros menesteres en los que
existen sospechas que ha mediado corrupción e intereses privados. Es
más, este poder no se ha presentado ante los ciudadanos con un
programa electoral que especifique que va a realizar recortes, no, ha
accedido al poder con engaños. Por lo tanto, independientemente de
lo que digan las leyes, podemos concluir que es legítimo y justo la
manifestación para poner de relieve una mala praxis en el uso del
poder, de forma que se puedan derivar las actuaciones pertinentes, y
en su caso, el establecimiento de nuevas normas que recojan este
nuevo sentido de justicia que podríamos tener la mayoría de la
población.
La primera forma de
pensar es fascista y reaccionaria, y la segunda democrática. ¿Por
qué? Porque las sociedades evolucionan, y por lo tanto, el sentido
de justicia que es compartido por los individuos de la sociedad
también evoluciona. Por ejemplo, lo que hasta hace algunos años a
la mayoría de la población le parecía justo, como es que el banco
desahuciara si el deudor no pagaba (a mí nunca me ha parecido justo,
pero bueno), ahora sin embargo, ante la nueva realidad de desahucios
indiscriminados, poco a poco el sentido de justicia compartido en la
sociedad nos dice que de ninguna de las maneras es justo, y que hay
que buscar otras vías, hay que legislar para solucionar esta
situación, es decir, hay que cambiar las normas para que recojan el
nuevo sentido de justicia. ¿Cuál es la respuesta del poder? Mandar
a la policía para defender el derecho de la banca a desahuciar,
defendiendo así el sentido de justicia imperante, imponiéndolo. Por
lo tanto, la primera forma de pensar impide y reacciona ante
cualquier cambio del sentido de justicia, poniendo obstáculos a la
evolución de la sociedad. La segunda forma de pensar, en cambio,
reconoce como dentro de la normalidad democrática las
manifestaciones, porque es una vía por la cuál las sociedades
avanzan en el sentido de justicia y de convivencia.
Hay que plantearse,
entonces, por qué el poder constituido es reaccionario. Pues en
resumidas cuentas porque los que ostentan el poder se benefician de
forma privada del sentido de justicia reflejado en la norma actual,
norma que han moldeado a lo largo del tiempo de forma que no suponga
un riesgo para sus privilegios y según su sentido de justicia
particular, o de clase. Por ejemplo, hace cien años la usura era
delito, y era delito porque se tenía como injusto que se pudiera
aprovechar la necesidad del otro para imponerle un interés excesivo.
Sin embargo se despenalizó, despenalización que va solo en
beneficio de una minoría, los prestamistas o la banca, que comparten
intereses privados con los que ostentan el poder.
Volviendo con la policía,
su ideología, en esencia, es fascista y reaccionaria, pues no solo
está para atrapar a los que cometen delitos, no, sino también para
mantener el orden establecido por encima de cualquier otra
consideración. Esto significa, en la práctica, no servir al pueblo
como dicen, sino defender del pueblo los intereses privados y
privilegios de una minoría. Esto no quiere decir que todos los
policías sean fascistas, no, pero si ante la agresión violenta de
un compañero policía contra dos niñas que estampa contra un coche
sin mediar provocación, no lo denuncia por corporativismo o lo que
fuere, está siendo partícipe de esta ideología.
Hace tiempo hablaba con
un amigo que había aprobado las oposiciones a policía nacional, le
dije que evitara pertenecer a los antidisturbios, pues se acercaban
tiempos difíciles y la calle se iba a calentar. No me he equivocado,
y todavía se acercan tiempos peores. De vez en cuando le pregunto
que si me viera en una manifestación y me reconociera me pegaría,
él me contesta que al primero y se ríe. Está bromeando, espero.
Pero de esto se trata, de tomar decisiones; pues en el trascurso de
lo que se avecina, los hechos nos obligarán a todos a posicionarnos
en un lado o en el otro, fascismo o democracia del pueblo, reacción
o revolución. Los miembros de la policía no forman parte de la
minoría privilegiada, es más, tienen hermanos, padres, sobrinos,
amigos, conocidos que lo están pasando mal también. Es hora de
organizarse, también en la policía, porque para algunos llegará el
momento en que tendrán que dar un paso al frente y decir: nosotros
no pegamos a nuestros semejantes, a los de nuestra clase, a nuestro
pueblo.
Pedro
Luis López Sánchez – Twitter @estrateglobal
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