A riesgo de escribir una entrada con un texto evidente desde el punto de vista económico, creo en la necesidad de explicar de la forma más sencilla posible los mecanismos por los cuáles se mueve la economía capitalista, de forma que podamos afrontar y filtrar con espíritu crítico la cantidad de información sesgada que nos llega desde los medios de comunicación de masas a propósito de la crisis y sus consecuencias.
Partamos del hecho real de qué son los bancos los que tienen el dinero, el capital. Imagina que eres una PYME (las Pequeñas y Medianas Empresas representan en torno al 80% del empleo en España) y quieres producir algún tipo de producto o prestar algún tipo de servicio. Necesitas dinero por adelantado, por ejemplo para empezar a emplear a trabajadores, comprar maquinaria, pagar el alquiler de las oficinas, iniciar ciertos proyectos, … Ese dinero se lo tienes que pedir a un banco que te lo presta a un cierto interés. Finalizada la producción, con la riqueza que se ha producido, tienes que pagar al banco con intereses, pagar a los trabajadores y te tienes que quedar con una cierta cantidad de enriquecimiento propio (para eso montas una PYME). Ahora, si quieres seguir cubriendo tus necesidades o quieres seguir enriqueciéndote no puedes parar de producir, y para poder seguir produciendo tienes que pedirle de nuevo dinero al banco; por ejemplo para comprar las materias primas necesarias, actualizar la maquinaria, contratar a más trabajadores, seguir empleando a los que tenías, embarcarte en nuevos proyectos, … De esta forma, para que la economía capitalista funcione no se puede parar de producir, de crecer, y para ello debe haber inversión, es decir, debe existir alguien que te preste el dinero necesario para poder producir, los bancos, a cambio de una devolución con intereses. Este sistema productivo no solo se aplica a la PYME, evidentemente, sino a cualquier tipo de actividad económica en la actualidad. De ahí que el motor de la economía sea el crecimiento, producir cada vez más, y si no se crece, no se genera empleo.
Sigamos profundizando. Decíamos que no se puede parar de producir, y estos productos lógicamente deben ser comprados, por lo tanto, no se puede parar de consumir con el dinero que se ha ganado produciendo. De ahí el afán intencionadamente consumista de los países desarrollados o capitalistas. Para seguir enriqueciéndose, las empresas producen más y más, y el banco les presta más y más porque aún le sigue siendo rentable; pero el nivel de consumo empieza a no mantenerse, es decir, la sociedad empieza a no ser capaz de absorber todo aquello que se está produciendo al ritmo esperado. La razón es que se produce antes, incluso mucho antes, de saber cual va a ser la demanda real, es decir, lo que la sociedad va a necesitar; además, esto importa poco (la demanda real) pues la motivación para producir es el enriquecimiento propio y no la satisfacción de necesidades humanas reales. Como el consumo baja, las empresas empiezan a recortar para mantener la rentabilidad, despidiendo a trabajadores o recortando sus salarios, pero claro, esto hace que se consuma aún menos, contagiando incluso a otros sectores de la economía y empeorando la situación. Al final la burbuja de producir por encima de la demanda real estalla en una crisis de sobreproducción. Cuando esta crisis de sobreproducción se contagia al resto de los sectores de la economía incluso a nivel global, hablamos de una crisis general de sobreproducción. Esto ocurre cíclicamente en el sistema productivo capitalista. Las crisis de sobreproducción localizadas en ciertos sectores se suelen dar cada 10 años, las grandes crisis generales de sobreproducción se dan cada 50 años aproximadamente. Por lo tanto, en la propia genética del capitalismo está la crisis.
Una vez que se ha entrado en una crisis general de sobreproducción, los bancos dejan de prestar dinero pues ya no hay rentabilidad y la economía capitalista se para, sin inversión no se puede producir como hemos visto con anterioridad. Es más, dejan de prestarse entre ellos mismos porque no se fían de que ciertos bancos no estén también contaminados por la crisis y tengan mucho dinero prestado con una baja probabilidad de poder recuperarlo. Entramos entonces en una crisis financiera o de confianza, de la que hablaban los medios en el 2008. Obviamente, los bancos siguen reclamando todo aquello que han prestado con la complicidad de la clase política. El capital se acumula entonces en unas pocas manos aumentando las desigualdades sociales. Alguien podría argumentar que en realidad los bancos tienen depositantes que se benefician también del “buen hacer” del banco, pero mientras los depositantes se reparten las migajas, los grandes banqueros, grandes inversores y accionistas ganan dinero a espuertas.
Fijaos que los bancos y las juntas directivas de grandes empresas no han generado ningún tipo de riqueza real, no han producido cosas, no han plantado cereales ni ningún tipo de vegetal, no han prestado ningún tipo de servicio de economía real; sin embargo, debido al sistema productivo capitalista, terminan por acumular en sus manos la mayor parte del dinero, del capital. Aquellos que sí han generado riqueza real, los trabajadores de toda índole (trabajadores asalariados, autónomos, pequeños emprendedores, ...), se quedan sin trabajo o negocio, se les pide sacrificios, son desahuciados, humillados y se les persigue hasta que devuelvan hasta el último céntimo (con intereses de demora) del dinero que han pedido prestado para satisfacer necesidades básicas como por ejemplo tener una casa. He aquí el gran robo, el gran golpe, la gran estafa.
Pero todavía no ha acabado el despropósito. Los gobiernos, ante el temor de que los bancos dejen definitivamente de prestar y el sistema colapse por completo, deciden prestar dinero a los bancos (dinero de los contribuyentes, dinero de todos nosotros que entregamos al Estado para financiar sanidad, educación, pensiones, infraestructuras) para que estos a su vez empiecen a prestar de nuevo a empresas y particulares y la economía se reactive; es decir, fluya el crédito, se empiece de nuevo a producir y crecer y se genere empleo, reactivando el consumo. Estos son los llamados planes de rescate en 2009 (por cierto, se está hablando de otros planes de rescate en la actualidad). El plan de rescate en el caso de España funcionó de la siguiente forma: el gobierno para poder prestar a los bancos los 30.000 millones de euros que finalmente prestó, tenía que pedir a su vez ese dinero prestado al mercado, otros bancos y fondos de inversión. Como en el 2009 el Estado podía pedir prestado ese dinero al 2%, pensó en prestarle a los bancos mediante este fondo de rescate al 3% [1], de esta manera a los contribuyentes no les costaría ni un euro ayudar a los bancos, es más, el gobierno pensó en su absoluta ingenuidad que el Estado ganaría con esta operación. Resulta que algún mes después de efectuar este rescate, el Sr. Botín, presidente del Banco Santander, afirmó que en aquel momento “la banca haría un flaco favor a la economía si prestara dinero de forma irresponsable” [2]. Desde el gobierno hubo algún tímido reproche pero nada importante, al fin y al cabo el Estado seguiría ganando. Resulta que meses después se empieza a especular con la idea de si los Estados podrán devolver la cantidad de dinero que han pedido prestado, es decir, si los Estados podrán devolver su deuda. Comienza la crisis de la deuda. Los mismos bancos a los que se les ha prestado dinero al 3%, especulan con la deuda española con el resultado de que en el 2011 al Estado le cuesta pedir dinero un 5%, dos puntos más. En resumen, el Estado prestó en el 2009 dinero de todos nosotros a los bancos al 3%, y estos mismos bancos no solo no han prestado el dinero a las empresas y particulares, el objetivo inicial, sino que han especulado con la deuda española de forma que en el 2011 ellos prestan dinero al Estado al 5% [3]. Y de nuevo, he aquí el gran robo, el gran golpe, la gran estafa.
Si somos capaces de entender este funcionamiento básico del capitalismo (y eso que no hemos entrado en cuestiones de los mercados de seguros, futuros; especulación en estado puro) estaremos entonces preparados para afrontar otro tipo de cuestiones, como por ejemplo la reforma constitucional. La reforma de la Constitución Española plantea que el Estado en su conjunto no podrá gastar más de lo que ingresa, que a simple vista parece lógico, pero debemos entender que hasta la fecha y por lo explicado con anterioridad, el sistema productivo capitalista no es lógico, es cíclico, que es diferente. Básicamente, hemos (han) constitucionalizado la idea (y uso la palabra idea con total conocimiento de causa) de que el Estado no podrá endeudarse para prestar dinero a empresas y particulares que permita reactivar la economía en una situación de crisis general de sobreproducción. Es más, y cito textualmente el artículo número 3 de la reforma, “(...) Los créditos para satisfacer los intereses y el capital de la deuda pública de las Administraciones se entenderán siempre incluidos en el estado de gastos de sus presupuestos y su pago gozará de prioridad absoluta. (...)”. Es decir, hemos (han) constitucionalizado la imposición de que lo prioritario es pagar a los bancos y fondos de inversión que nos prestan dinero, a los Botín & Cía, incluso antes de pagar los gastos de educación, sanidad, pensiones o infraestructuras. Por tercera vez, he aquí el gran robo, el gran golpe, la gran estafa.
Algunos economistas y banqueros (y sus lacayos a sueldo) afirman que, ante la situación descrita, todos somos culpables de la crisis, todos nos hemos enriquecido en los años de bonanza económica, por lo tanto, todos somos en cierta medida actores secundarios de este despilfarro u orgía capitalista. Hay que analizar entonces estos dos aspectos, la culpabilidad y el enriquecimiento.
En cuanto a la culpabilidad, la razón principal consiste en asegurar que los bancos no obligaron a nadie a pedir préstamos, por lo tanto, se es culpable de pedir hipotecas. Destaquemos varios puntos:
Un trabajador, para hacer efectivo el derecho recogido en la Constitución Española de acceso a una vivienda digna, debe pedir una hipoteca a un banco. Otro debate sería que nos plateásemos la vigencia o no de este derecho, pero sinceramente, no me gustaría vivir en una sociedad en la que solamente unos pocos tengan acceso a una vivienda digna y los demás debamos hacinarnos como en el siglo XIX.
Cuando un trabajador se acerca a un banco a pedir una hipoteca no tienen capacidad negociadora salvo ciertas décimas porcentuales en el tipo de interés. El banco impone sus condiciones salvo cierto frenos recogidos en la legislación, que por cierto, en algunos casos se saltaron a la torera.
Un trabajador no tiene culpa de quedarse sin trabajo, no se puede culpabilizar este extremo. Le hayan prestado 200.000 €, 150.000 €, 100.000 € o 50.000 €, si un trabajador se queda sin trabajo, no puede pagar. Si el trabajador estuviera en régimen de alquiler, tampoco podría pagar, se iría a la calle de la misma forma.
El hecho real es que a quién están desahuciando no son a los que tienen dos casas y cuatro coches, como nos quieren hacer creer, sino a los trabajadores más desprotegidos que viven en los barrios más marginales de nuestras ciudades.
En cuanto al enriquecimiento, es cierto que en los años de bonanza económica ha habido la sensación (y el uso aquí de la palabra sensación no es banal) de cierta riqueza, había mucho dinero en movimiento, pero esto era debido a una fuerte inversión, los bancos prestaban mucho. Si uno analiza las rentas del trabajo de los años de bonanza económica, descubrirá, con sorpresa, que los sueldos de los trabajadores no es que fueran altos, sino que han ido descendiendo en torno a un 6% en los últimos 17 años [4]. Lo cierto, el hecho real, es que mientras los bancos prestaban mucho y la economía iba viento en popa, los trabajadores nos hemos ido empobreciendo. Y peor aún, como nos hemos ido empobreciendo, para hacer efectivos los derechos garantizados en la Constitución Española como tener acceso a una vivienda digna, hemos tenido que pedir préstamos, préstamos que hay que devolver con intereses y a los cuáles teníamos fácil acceso. Por enésima vez, he aquí el gran robo, el gran golpe, la gran estafa.
¿Y como se mantiene un sistema así? Imponiendo un sentido de la justicia y de la ética que convenga a los que se benefician del sistema y aplicando violencia cuando sea necesario. Habría que estudiar cada circunstancia global, nacional o local concreta. En el caso español, cuando hubo un intento de proponer otro tipo de economía, dirigida no por el interés del enriquecimiento privado de unos pocos, sino dirigida para y por el bienestar de la mayoría de la sociedad, casualidades, hubo un golpe de estado. Esta idea es discutible, seguramente el golpe de estado tuvo otras muchísimas causas, pero lo cierto es que después de tantísimos años y de tanto dolor, nos encontramos en la actualidad con que las juntas directivas de las empresas englobadas en el IBEX 35, las empresas mas potentes de España, y las juntas directivas de bancos y cajas se encuentran copadas por la oligarquía (o sus descendentes) del antiguo régimen franquista, junto por supuesto, a presidentes de gobierno y ministros populares y socialistas (los nuevos oligarcas aceptados en el club gracias a los servicios prestados). Juzguen ustedes mismos.
Para salir de la crisis, la derecha económica propone recortes y más recortes, pero en realidad lo que se esconde detrás de esta obsesiva dieta económica es la privatización de los sectores aún no privatizados, la educación y la sanidad en el caso español. Dentro de la lógica capitalista, si queremos reactivar la economía deberemos ofrecer sectores rentables a los bancos para que vuelvan a prestar, para que vuelva a fluir el crédito. Si no lo remediamos, la derecha económica llegará al poder, privatizará paulatinamente la sanidad y la educación, el crédito volverá a fluir y la economía se reactivará. Seremos otra vez engañados, como imbéciles, nos creeremos nuevamente en la cresta de la ola y todos estaremos felices y contentos, pero más pobres. Un nuevo ciclo económico pasará y una nueva crisis general de sobreproducción vendrá. Pronostico, aún a riesgo de equivocarme, que si no lo remediamos, para el 2060 – 2070 a los trabajadores, a los de abajo, no nos quedará absolutamente nada, solamente miseria.
Si miramos hacia la izquierda reformista el panorama no es mucho mas halagüeño. En mi opinión está falta de discurso, incluso de una ideología creíble. Tiene buenas intenciones pero es incapaz de llevar a cabo sus propuestas. La ideología de la izquierda reformista se basa en la existencia de estados fuertes que sean capaces de controlar la economía capitalista, de forma que puedan frenar la producción por encima de la demanda real (periodos alcistas) y dar crédito cuando se entra en una crisis de sobreproducción, evitando así, el colapso y la parada de la economía capitalista (periodos bajistas). Aunque la afirmación que voy a realizar es discutible, supongamos que efectivamente esta ideología se aplicó con éxito en la crisis de 1929. El problema es que el capitalismo actual es muy distinto al capitalismo de 1929; se ha globalizado y los estados están más interconectados entre sí, los estados son más débiles que nunca, los sindicatos estás desactivados y la economía está gobernada por una serie de instituciones internacionales con una evidente falta de cultura democrática. Por poner un ejemplo, una propuesta tan evidente como implantar una tasa a las transacciones internacionales para que de esta forma los que más tienen colaboren con la recuperación económica lleva años sin poder llevarse a cabo. Imaginad en qué saco caería proponer una banca pública europea. El problema fundamental, en mi opinión, es que la izquierda reformista tiene una visión idealizada del capitalismo, como si este hubiera existido siempre y debiera existir eternamente, independientemente del desarrollo histórico humano. Sin embargo el capitalismo es una creación humana, un sistema económico creado para beneficiar a unos pocos en detrimento de la mayoría. No se podrá reformar salvo para seguir manteniendo a esta minoría dominante, que en ciertos momentos podrá ceder, es posible, pero para coger más fuerza. La historia de los cien años de socialdemocracia y la situación en la que nos encontramos en la actualidad nos lo demuestra.
El problema no son las crisis, ni las desigualdades sociales, ni siquiera la acumulación de capital en unas pocas manos como afirma Joseph E. Stiglitz [5]. Estas realidades son consecuencias propias de la genética capitalista. El problema principal es el sistema productivo capitalista, la principal causa de este desvarío es la propiedad privada sobre los medios para producir riqueza.
El debate fundamental que está encima de la mesa, lo que deberíamos empezar a plantearnos sin ningún tipo de tapujos ni prejuicios, es la vigencia de la propiedad privada sobre los medios de producción, o visto desde otro punto de vista, debemos plantearnos la posibilidad de construir un sistema productivo democrático en búsqueda del bienestar social y no del interés privado.
-