Christian Felber, uno de los fundadores de la Banca
Democrática, hablará el viernes 15 de febrero en Murcia de la
Economía del Bien Común. La Economía del Bien Común se presenta
como un sistema económico alternativo basado en cinco principios
fundamentales: la dignidad humana, la solidaridad, la cooperación,
la responsabilidad ecológica y la empatía. En la práctica, esto
significa que aquellas empresas que les guíen esos principios y
valores deben obtener ventajas legales que les permitan sobrevivir a
los valores del lucro y la competencia actuales. Es decir, si no lo
he entendido mal, estas empresas deben poder competir en el mercado
en mejor posición que las empresas que no respetan estos valores,
presuponiendo que haya realmente competencia en el mercado y por otra
parte que haya unos Estados democráticos capaces de imponer una
serie de reglas a la competencia, lo cuál ya es mucho presuponer.
Lo que más llama la atención es la fastuosidad y
la pomposidad del nombre, Economía del Bien Común. Sorprende que
llamándose Economía del Bien Común no se mencione nada sobre la
propiedad común, y ni hablar de ponerla como base de este sistema.
Para que nos hagamos una idea, esto es como hablar de socialismo sin
socializar, o de capitalismo sin capital. Y es que da la sensación
que aquí se trata de lanzar ocurrencias morales para dulcificar el
capitalismo, pero nada de hablar de propiedad, no vaya a ser que
abramos la caja de Pandora y molestemos a cierta gente. Aún así, hay que reconocer que Felber, tímidamente, es partidario de poner ciertos
límites a la propiedad privada sobre los medios de producción y a
la herencia.
Hay que reconocer también cierta aportación, la
inclusión de los conceptos de costos sociales y ambientales en la
producción. La extinta URSS, por ejemplo, tenía un sistema
excesivamente basado en mejorar la producción y los costes de
producción, el productivismo soviético, lo que quizá esté en el
origen de la catástrofe ecológica mundial de Chernobyl. La energía
nuclear podría parecer una fuente relativamente barata de producir
grandes cantidades de energía, pero si le añadimos los costes
sociales y ambientales de los diferentes desastres acontecidos a lo
largo de la historia, recordando el reciente desastre de Fukushima,
seguramente llegaremos a la conclusión que es más cara de lo que
podría parecernos en un principio. Por lo tanto, los costes sociales
y ambientales deben ser tenidos en cuenta en la conveniencia o no de
cierta producción.
Dicho esto, creo que debemos retomar el concepto de
justicia para repensar el sistema económico. Decía Confucio que
allá «donde hay justicia no hay pobreza»,
sacando la justicia del plano moral -
religioso y llevándola
al plano materialista. El problema principal del sistema
capitalista no es una cuestión moral, es una cuestión material, es
un sistema que crea grandes desigualdades económicas y sociales a
nivel nacional e internacional. En el origen de estas desigualdades,
la acumulación de la mayoría de capitales en unas pocas manos, se
encuentra sin duda, la propiedad privada sobre los medios de
producción. Pongamos un par de ejemplos.
En este país a algunos se les llena la boca para
hablar de productividad y competitividad. Habiendo renunciado ya al
consumo interno (ellos lo saben muy bien, son los mismos que están
sacando grandes capitales del país), están basando la recuperación
en las exportaciones (que digo yo, que si todos exportamos, ¿qué
países importarán?), y para eso tenemos que ser más productivos y
más competitivos que nuestros competidores. Para ello la única vía
posible es
«desgraciadamente, trabajar más para
cobrar menos» (dijo un
empresario de éxito ahora encerrado en la cárcel por fraude).
Es curioso, siguiendo esta
lógica, uno de los factores que afectan más a la competitividad es
el precio de la energía, pero esto parece
estar
fuera de todo debate. El
mercado liberalizado de la energía es un oligopolio, dado que los
productores (los que venden) y las comercializadoras (las que
compran) son prácticamente los mismos, donde los costes reales
de producción son opacos,
no se conocen. Dudo mucho que
poniendo puntos negativos o positivos a estas empresas, como
plantea la Economía del Bien Común, vayamos a solucionar esta
problemática, pues de hecho
no hay competencia. He aquí
el origen de la injusticia,
unos señores se apropiaron
de unas empresas estatales a través de vergonzosas privatizaciones y
se están
enriqueciendo pactando precios y con prácticas mafiosas sobre un
sector de vital importancia para el bienestar y el desarrollo del
país. No es un problema
moral, el
problema es la propiedad y la privatización de los beneficios.
Otro ejemplo es la
tierra. La tierra no es de nadie, nadie se la pueda apropiar a costa
de la miseria de la mayoría. A pesar de lo que pueda parecer, la
duquesa de Alba no llegó a Andalucía y creó la tierra bajo sus
pies y el cielo sobre ella, ni
tampoco dijo «he
aquí mi creación, mi propiedad».
La casa de Alba mantiene
grandes cantidades de tierras paradas, gracias a subvenciones
europeas que se calculan por terreno y no por producción, en una
región donde
más del 30% de los
trabajadores están en paro.
Y aunque la casa de Alba trate muy bien a los trabajadores que tiene
empleados y sea la empresa más ecológica del planeta, lo que le
daría muchos puntos de la Economía del Bien Común, sigue
existiendo una injusticia material, esas tierras deberían dar
trabajo a mucha más gente y los beneficios deberían ser repartidos
y socializados. Otra vez, la injusticia parte de la propiedad privada
sobre los medios de producción.
Estamos llenos de buenas intenciones, de códigos de
buenas prácticas, de grandes valores, de declaraciones magníficas
como la universalidad de los Derechos Humanos, de Economías del Bien
Común y de moralinas varias; pero si como sociedad no atajamos y
resolvemos los orígenes de la injusticia económica y social todas
estas exaltaciones morales valen menos que nada.
-
Pedro Luis López Sánchez, @estrateglobal