Desde que empezaron las revueltas populares en Túnez mi posición hasta hace bien poco era de calma, cautela, porque aunque si que es cierto e innegable que las revueltas populares existen (lo digo porque ya existen voces que afirman que todo es un complot imperialista), y también es cierto que el proletariado de estos países están en cierta manera al frente de las mismas, las consecuencias inmediatas en Túnez son que dirigentes del antiguo régimen siguen en el poder y en el caso de Egipto son que han cambiado a un dictador salido de las filas del ejército para colocar al mismo ejército, manteniendo así el mismo régimen dirigido y auspiciado por el ejército. Y pronuncio tantas veces la palabra ejército refiriéndome a Egipto porque su presencia omnipresente en el proceso político de este país es igual de preponderante.
El caso de Libia me resulta distinto. Me resulta distinto porque aunque no podemos hablar de revoluciones pacíficas [1] en ninguno de los tres casos (entre otras cosas porque no creo que existan), en Libia el pueblo se ha levantado en armas contra el régimen que los oprime. Y queridos lectores, intentar ver en el régimen libio cualquier atisbo de socialismo, o, con la excusa de que se declare o se haya declarado antiimperialista de fachada (porque en el fondo, los negocios son los negocios) intentar justificar que todo está siendo parte de un complot del imperio [2], bajo mi punto de vista es no entender nada de nada y confundirlo todo, como los periodistas del mass media que aún se está preguntando que está pasando en el norte de África. Desgraciadamente las revoluciones son violentas, muy violentas. El caso libio nos demuestra que las revoluciones son violentas porque la minoría que está en el poder no lo va a dejar sin luchar, como afirmaron unos jóvenes Marx y Engels hace mucho tiempo. Incluso voy a ir un paso más allá, las revoluciones ni se predicen ni tienen una única causa ni se provocan, solamente se dirigen una vez pasado lo peor si se dejan dirigir. Y en eso estamos.
Asistimos actualmente a la mezquindad de ver como todas las potencias mundiales intentan posicionarse del lado del caballo ganador, para repito, pasado lo peor, poder influenciarlo. Así vemos como las potencias occidentales han mantenido cautela hasta que el régimen libio se desmorona a todas luces y ahora tachan de intolerable la violencia, Irán apoya ahora a los “rebeldes”, … ¿Y las potencias llamadas socialistas latinoamericanas? No saben, no contestan. Y soy de la opinión de que el socialismo latinoamericano “debería apoyar en estos momentos al mundo árabe sin reservas, adelantándose a la estrategia de las potencias occidentales, desbordadas por los acontecimientos y a las que Gadafi está dando la oportunidad de un regreso -militar quizás, pero sobre todo propagandístico- como paladín de los derechos humanos y la democracia” [3]. Apoyo sí, pero teniendo claro cuáles son nuestros principios y nuestras ideas, evitando los errores del pasado [4].
Ante la aceleración tan brutal que está teniendo la historia en Libia, quizás me esté apresurando, pero cabe preguntarse, ¿es posible que las revueltas actuales puedan derivar en una revolución socialista? Para contestar a esta pregunta intentaré hacer uso de “La Revolución Permanente” [5] de Trotsky. Esta teoría entraña tres ideas.
En primer lugar aborda el problema de la transición de la revolución democrática (fase en la que nos encontramos ahora en Libia) hacia la revolución socialista. La teoría afirma, y se vio confirmada con la revolución del Octubre rojo, que las reivindicaciones democráticas en los estados atrasados conducían a la dictadura del proletariado. En palabras de Trotsky “la democracia dejaba de ser un régimen de valor intrínseco para varías décadas y se convertía en el preludio inmediato de la revolución socialista, unidas ambas por un nexo continuo.” [6]
En segundo lugar trata la revolución socialista en sí, como proceso de transformación constante de las relaciones sociales. Para el objetivo de este artículo no cabe detenerse en este punto.
En tercer lugar se destaca el aspecto internacional de la revolución socialista. Nunca antes en la historia de la humanidad las naciones han estado más interconectadas y dependientes unas de otras como en la actualidad. Como he defendido en mi artículo “La Estrategia Global” [7] la revolución no puede ser más que global, pues el capitalismo se ha globalizado, globalizando consigo sus propias contradicciones. Es más, estoy convencido de que la revolución vendrá de abajo arriba, de sur a norte, de los países subdesarrollados a los países desarrollados. Debemos entender y analizar con detalle lo que está sucediendo, porque inevitablemente nuestras sociedades se verán afectadas por los acontecimientos. Una vez más, los hechos nos sobrepasan y nos pillan con el pie cambiado, la realidad nos supera y nos toca organizarnos a nivel internacional lo más rápidamente posible para evitar que lo que ahora empieza en Libia no se quede solamente en Libia.
Enterremos de una vez la II Internacional, la de la socialdemocracia, la que actualmente representa la deriva neoliberal de los que se declaran socialistas (en España concretamente) y la comparsa keynesiana de los que se declaran actualmente de izquierdas. Enterremos de una vez la III Internacional, la de la revolución en un solo país, debemos aprender de la experiencia de la U.R.S.S., de la deriva capitalista de China, debemos entender que Cuba se ahoga sola en este mar de tiburones capitalistas. Construyamos de lo que queda de la IV Internacional la V Internacional, socialista y comunista, revolucionaria, anticapitalista, internacionalista y radicalmente democrática.
Peoples of Europe, rise up!
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[5] León Trotsky, La Revolución Permanente, edición Diario Público, España, 2009
[6] León Trotsky, La Revolución Permanente, edición Diario Público, España, 2009, p. 59
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